La verdad es innegable, el mundo entero está atravesando una de las inestabilidades más desconcertantes y alarmantes que nuestra generación haya tenido que vivir después de la segunda guerra mundial. La repercusión de esta crisis acorde a nuestro momento de desarrollo en la historia, es decir con una escala global en medio de un mundo global, ha llegado hasta las entrañas mismas de cualquier país sin importar el sector económico-social, vemos como los países más desarrollados o en vías de desarrollo más avanzado están alarmados, y como los países pobres no tienen ni siquiera la posibilidad de visualizar cual es la repercusión real de la pandemia en su población.
En este escenario, la política del miedo se infunde aún con mayor rapidez que el virus, sobre todo en poblaciones que han aprendido a vivir en la incertidumbre, no sólo producida por un virus, sino por la inseguridad de que entren a sus casas, sufran actos de violencia, los asesine un grupo armado, etc. escenarios que hasta ahora habíamos visto como netos espectadores en las innumerables guerras que se han ido sucediendo en África en los últimos 30 años o los períodos de finales del siglo XX en zonas afectadas por la guerrilla en Colombia y otros países de Suramérica.
Tengo la suerte de vivir en un país considerado de renta media, en el que se pueden distinguir dos visiones del mundo distintas en solo entorno, realidades de ciudades como Quito, capital política del Ecuador en una cumbre andina; y realidades como las de Guayaquil en la costa ecuatoriana, ciudad que constituye la capital económica en el principal puerto comercial del país, una de las que tienen mejor gestión pública desde hace años. Poblaciones absolutamente diferentes pese a convivir en un mismo país, una más indígena andina y otra más caribeña (no hay que olvidar que el maravillo Alejo Carpentier decía que el Caribe acababa en Guayaquil), estas dos idiosincrasias radicalmente diferentes se evidencian trágicamente en medio de la crisis con las estadísticas desequilibradas de la propagación del virus, muestra también de la relación de confianza que tienen con sus autoridades ya que, habiendo a la fecha en Ecuador un total de 1.924 casos, el 72% se encuentran en la provincia del Guayas teniendo sólo la ciudad de Guayaquil el 50% de total nacional de casos.
Por la experiencia vivida en muchos de los países andinos, considero que uno de los elementos determinantes a consolidar ahora es ¿Qué hacer después?, ¿cuál es el plan que se pondrá sobre la mesa para afrontar la realidad luego de una de las crisis más profundas en los últimos 50 años?, ¿Cómo estructurar a los distintos tejidos productivos de una sociedad en función de un objetivo común?, ¿Cómo posicionar este objetivo común en distintas idiosincrasias?, inquietudes para tener en cuenta, considerando que estamos acostumbrados a tomar modelos pre elaborados por bancos multilaterales, organismos regionales con sedes en países distantes como Argentina, México o (peor aún) en Washington, realizados por expertos que viven realidades diferentes a las particularidades cotidianas, desembocando en líneas de acción catastróficas a la hora fomentar una reconstrucción y reactivación productiva.
Un claro ejemplo de esto, se dio durante el período de reconstrucción y reactivación post- terremoto en Ecuador, donde tuve la oportunidad de trabajar de la mano con la cooperación internacional y los gobiernos locales, ya que en aquel entonces yo fungía como Subsecretario de Gestión y Desarrollo Turístico Nacional, las experiencias fueron claramente mejorables debido a la falta de claridad en la distribución de recursos para la reactivación y la contratación de consultores teóricos que nunca habían tenido ninguna empresa o emprendimiento, y los cuales generaron una profunda falta de credibilidad tras unas primeras acciones fallidas que solo provocaron la pérdida de tiempo valioso y peor aún, la pérdida de credibilidad en instituciones de cooperación atadas de manos a la espera de un plan.
Ésta, fue sólo una de las nueve experiencias de reconstrucción productiva en las que tuve que intervenir, tristemente todas, muestra de lo inefectivo de los profesionales teóricos que contratan a sus amigos o a universidades en las cuales son grandes catedráticos, para gloria de la organización. De manera muy humilde y considerando a este Ecuador como mío quisiera lanzar un llamado a las autoridades nacionales y locales, para que sean valientes y al menos en esta situación de emergencia mundial, rompan los círculos de contratación por comisión para sus amigos que claramente en el pasado no han dado resultados y emprendan una política efectiva de asesoramiento nacional y municipal que dé como resultado un plan efectivo de reactivación real para los territorios. Ésta, si la ven en cuota política (la moneda más valorada por muchos) es una nueva oportunidad para sembrar una verdadera credibilidad en el pueblo, y mejor aún, si la ven con conciencia de responsabilidad histórica, es la posibilidad de consolidar un cambio en la errónea visión de desarrollo social que ve a los ciudadanos como prendas económicas de crédito caro, en lugar de verlos como transformadores y productores sólidos.
¡La planificación real!, quizás sea la única garantía para que la próxima vez que el gobierno solicite a sus ciudadanos que se vayan a sus casas, la gente les crea y sepa que pueden confiar en que su gobierno hará lo mejor para sus futuros.